domingo, 19 de julio de 2015

LOS BUENOS AÑOS


Nunca tiempos pasados fueron mejores, y así lo hemos terminado decidiendo. Hay una frontera que establece la edad en la que tienes que escoger alternativas; o te dedicas a vivir de recuerdos, o te lanzas, de nuevo, en busca de esas aventuras capaces de resucitar la adrenalina en cualquier pareja de trilobites.
Los últimos años han sido duros, para los dos; y cada uno ocupado en deshacer sus propios nudos, esos con los que la vida te va enredando las piernas para evitar que sigas corriendo, han distanciado nuestros encuentros. Y aquellas llamadas diarias: ¡hay olas!, hace tiempo que se sustituyeron por unas eventuales cenas de fin de semana.
Empezamos recordando nuestras primeras grandes mareas, las que a bordo del destartalado 4x4 buscábamos recorriendo el litoral, con Joe Cocker desde la vieja radio invitándonos a conservar el sombrero puesto. El miedo en la piel, cuando aún estábamos en la orilla, tabla en mano, discutiendo sobre cual sería la remontada correcta. El primer contacto con la sal, ese que intenta convencerte de que no te preocupes porque tú también provienes del mar. Nos fuimos acomodando con el viejo regusto de borrascas en las que nos conformábamos con no perdernos de vista entre montañas de agua. La soledad compartida en medio de un azul que no perdona errores, y la amistad que forja bailar con la misma compartiendo emociones.
Viejas fotos en las que uno tenía más pelo y el otro menos canas, ¿quién las sacó? Sonrisas en la orilla con los brazos ya gastados y las piernas aún conservando los últimos compases de esas vibraciones que sólo la naturaleza, cuando pincha rock duro, es capaz inyectarte en las venas. La mirada de admiración de los que todavía no han acumulado las suficientes escamas; pero, desde la arena, no se han perdido todos y cada uno de nuestros detalles, esos que son los importantes y se deciden sobre la ola en menos de lo que dura cualquier fracción de segundo, y los fotografían en su memoria con la firme decisión de que ellos serán el relevo en el que a nosotros, nos llegará un día en el que, nostálgicos, soltaremos ese: ¿te acuerdas?
Esa traidora resignación que, por un: “total eso ya lo hemos vivido”, te empuja a decir no, cuando, antes, nuestra voluntad sólo se hubiese enfrentado al dilema de si por la izquierda o por la derecha, aun sabiendo que por ambas era casi imposible, pero ese “casi imposible” era el que ambos despreciábamos cambiándolo por un: “ese casi es suficiente”.
Y la última abdicación cuando, al tirar la toalla sobre la arena, nuestros cuerpos caen con ella; y la fascinada mirada de la chica del minúsculo bikini es para otros bailarines, esos que, atravesando el esperpéntico espectáculo orillero de los surfistas de verano y tabla de alquiler, desaparecerán remando hasta la gran pista, esos dominios de Poseidón donde la única alternativa es formar parte del mayor espectáculo del mundo.
Pero nuestra última reunión ha sido especial, quizá la acertada decisión de sustituir esa mariconada del foie por auténticos chipirones nos ha revuelto un estómago largamente necesitado de sal gorda. Nos va a hacer falta sujetárnoslos con fuerza para evitar que se nos atolondren en la garganta, pero eso serán dos días, los primeros; y habrá que apretar en verano para preparar la temporada de invierno, cuando los vientos del noroeste nos acerquen nuevas marejadas entre las que volveremos a sentir que los buenos años nunca hay que guardarlos en los viejos calendarios, sino salir a por ellos antes de se escapen de entre los dedos; porque para los mejores, y nadie nos va a convencer de lo contrario, todavía nos queda mucha cuerda.

Oscar da Cunha

19 de julio de 2015


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